Desde mi ventana el paisaje de Oujda es seco y agreste. Monótono como si tuviera miedo a descompasar el traqueteo del tren. Los pocos árboles que aparecen en las afueras son eucaliptos. No importa.
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Cuando pisas el suelo en las estribaciones del Rift la vida no tiene más remedio que ser dura, deshidratada, lenta como si el reloj biológico estuviera a punto de agotar sus pilas. Cuando andas sobre esta tierra pierdes poco a poco el líquido vital, se evapora tu energía y empiezas a morir sin darte cuenta. Tu minúscula existencia importa poco en esta inmensidad rígida y polvorienta en la que, hagas lo que hagas, todo seguirá igual a la mañana siguiente.
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