Fotohistorias

sábado, 27 de junio de 2009

Cuento de la payasa triste





Cuento de la payasa triste



Había una vez una payasa que hacía las delicias de todo el mundo: niños padres, madres, abuelas, abuelos. Todos y cuando digo todos, quiero decir todos sin excepción.


Cada vez que nuestra payasa salía al centro de la pista disfrutaba mirando los colores de la gente y escuchando las risas de niños y adultos. Ese gozo lo transformaba y era devuelto al público en un fabuloso feedback.


Quién disfrutara de sus armónicos movimientos, sus acrobacias y su contagiosa sonrisa tenía asegurada, al menos, una semana de felicidad. Aunque es cierto que se han dado casos de personas que estuvieron felices hasta un mes, este dato no ha podido contrastarse

Justo antes de cada actuación su amigo, el payaso Julián, le regalaba una flor con la que ella se adornaba el pelo. La payasa notaba que se la reactivaba el corazón, mandando sangre fresca a todos sus sentidos preparándola para sumergirse en el mar de colores y sonidos de cada tarde.


Así transcurría la vida de la payasa, una vida normal, como puede ser la tuya o puede ser la mía.

Un día, como era de esperar en este tipo de cuentos, no estaba Julián con la flor antes de la actuación, pero la payasa no se preocupó en exceso, sabía que eran los sonidos y los colores los que le daban la fuerza. Salió al escenario con naturalidad, pero al poco tiempo parecía que le hubieran puesto bolsas de hielo en la boca y las articulaciones. Sus movimientos eran torpes, descoordinados, sin gracia. Intentó hacer los movimientos con alegría, pero parecía que cuando más lo intentaba más hielo ponían en las bolsas imaginarias. El público ,angustiado, la miraba con incredulidad, que poco a poco se fue transformando en una enorme pena.

Un año entero pasó nuestra payasa sin salir de la rulot de la tristeza. Cada dos días sus amigas del circo le pasaban la comida por el único ventanuco que dejó entreabierto.

Cuando estaba despierta permanecía con los ojos cerrados. Cuando soñaba lo hacía en blanco y negro y sin sonidos.


Un día, sin que hubiera aparecido un enorme rayo en un cielo despejado, ni se hubiera posado un mirlo blanco en la rulot, la payasa soñó que actuaba de nuevo, estaba en el centro de la pista, sin risas, sin colores, sin la flor en el pelo. No había nadie para disfrutarlo, pero daba igual, a ella le gustaba hacerlo. De repente reparó en un pequeño ruido, como de un ratoncillo, que procedía de la primera fila. Cuando se acercó encontró a una niña regordeta y disfrazada de payasa como ella,que no paraba de reír con la mano en la boca para amortiguar los ruidos, si el sueño no fuera en blanco y negro, podríamos apreciar que la niña se iba poniendo cada vez más y más roja de contener las risas. La payasa, asustada, agarró su mano y liberó su boca,apareciendo una cara que le era conocida..., asombrada comprobó que esa niña en realidad era ella. Entonces, sin darle tiempo a salir de su sorpresa, salieron carcajadas tan fuertes y potentes que nuestra payasa no tuvo más remedio que despertar de su sueño.

Quedó confundida porque , al contrario de lo que la mayoría esperaríamos de una payasa, ella no creía en los sueños. Pero este logró sacarla de su letargo. Quedó meditando,ya no pensaba en Julián, ni en la ropa del público, ni en las carcajadas que llenaban la pista. Esta vez pensó en aquella niña, en sus deseos infantiles y en sus ilusiones. Deseó como nunca había deseado antes que la sonrisa de esa niña fuera eterna. Abrió los ojos se fue al espej,se maquilló de nuevo y salió de la rulot corriendo para llegar a tiempo a su actuación de esa tarde.

jueves, 18 de junio de 2009